Tengo una muñeca...
Avistamiento mínimo de un objeto de múltiples lecturas.
Muñeca /
descenso
Muñeca /
espejo
Muñeca / hija
Muñeca /
homúnculo
Muñeca /
juguete
Muñeca /
máscara
Muñeca /objeto
Muñeca /
ofrenda
Muñeca
/psicopompo
Muñeca /
ritual
En el cuento
popular ruso, la niña Vasalisa recibe de su madre moribunda una muñeca.
Bendición, transferencia y legado, la figurilla, versión minúscula de la propia
Vasalisa, cumple un rol esencial en el camino iniciático realizado por la
protagonista. Es que el objeto replicante de la forma humana (muñeca, maniquí,
espantapájaros, máscara), siempre encierra un grado de simbología perturbante.
En forma análoga en que el misterio sagrado deviene en cuento popular y
éste a su vez transmuta pasteurizado en
relato infantil; en el objeto-homúnculo, acompañante de los juegos infantiles,
en particular femeninos, son factibles capas y estratos de significación a
partir de un rastreo profundo de sus
usos culturales. Más que preguntarnos (igual que el cuento) cómo esas inocentes
piezas del universo infantil pueden verse como inquietantes receptáculos de
pulsiones y rituales, más valdría invertir la interrogante y pensar cuáles son
los caminos seguidos por a las antiguas piezas mistéricas (muñequitas
articuladas de marfil o alabastro en los ritos de Astarté-Inanna, las muñecas
de cereales de las cosechas romanas, las Kachinas de los Hopi de Nuevo México,
que se entregaban a los niños para familiarizarlos con las facetas de la
divinidad ) para llegar a formar parte de los juegos infantiles. Esas muñecas
se vuelven entonces, en la significación de Eduardo Cirlot, piezas proyectivas de expectativas, anhelos y
mandatos del universo infantil/primitivo, pero especialmente femenino Es
precisamente esta carga de ambigüedad, la herencia y atracción que supone la
coralidad de la muestra Juego de muñecas, donde lo personal
indaga los sinos de los lazos colectivos y la multiplicidad de miradas rescata
la complejidad primigenia de lo que hoy vemos “sólo” como juegos de niños.
Quizás sean las piezas de Aristimuño, en su condición de
proyecciones de estadios de la artista, las más cercanas al carácter
fundacional del objeto a medio camino de la identificación personal y el medium
ritual de la magia simpática. Las cabezas sonrientes que nos ofrece González
Soca nos conducen a la simbología de una multiplicidad desconcertante,
y al igual que las antiguas piezas sagradas, cuyos rituales llegamos a conocer
sólo parcialmente, el juguete (la novia) fuera de su contexto original
interpela con exigencia en busca de una nueva significación. Puppo y
Lacasa voltean la mirada, la primera hacia los mandatos/objetivos
del juego (¿es desde la torre de control, que
se determina, entre otros roles, que sea la hembra/niña quien juegue con
muñecas?), y hacia la jugadora la segunda, transponiendo la ofrenda sacrifical,
del objeto/juguete/hijo al arquetipo de la madre. Cierra el círculo (¿o en
realidad abre a un más la perspectiva?) la dimensión del espacio lúdico
propuesto por Stolarsky, donde los límites entre juego/juguete y
jugador se difuminan en un tablero, en el que
las “damas” que le dan nombre, supieron mover sus fichas en la realidad,
muchas veces a contracorriente de sus respectivos momentos históricos y de los
roles establecidos.
Verónica Panella (Montevideo 1974)
Artista visual y docente de Historia e Historia del Arte. Investiga sobre
relaciones entre arte y género. Colabora regularmente en revista de artes
visuales La Pupila.